Trastornos Alimenticios: del tabú a la normalización
Desde el inicio de los tiempos, los estereotipos y las modas han afectado a las sociedades, aún más en lo que se refiere a la concepción de los cuerpos. Las personas se han visto en la “obligación” de intervenir, transformar, e incluso “corregir” su imagen, de forma que encajaran con lo que se creía atractivo para la época. Esta presión fue, históricamente, aún peor para el género femenino. Las mujeres, concebidas culturalmente como objetos bellos o musas que contemplar y admirar, se encontraron en la posición de tener que adaptarse a las corrientes del momento. Desde la edad media, donde poseer caderas anchas estaba bien visto, ya que significaba una buena aptitud a la hora de reproducirse, hasta la moda de los 2000, donde se buscaba la delgadez extrema. Y hablamos de obligación porque, si bien no existía una pena formal para quienes no encajaran en estos estereotipos, existía un acuerdo común según el cual esas mujeres serían concebidas (por los demás y por ellas mismas) como un fracaso, un deber incumplido, un producto a descartar. Suena cruel expresarlo de esta forma, pero aún más cruel debe ser el tener que vivirlo en carne propia, el que sea una realidad.
Ahora bien, como resultado de estas imposiciones surge lo que hoy se conoce como Trastorno Alimenticio. Los trastornos alimenticios no son un concepto nuevo, han existido desde los inicios de la humanidad. Los registros más antiguos los encontramos en ideales religiosos, como la “Santa Anorexia”, o en los banquetes romanos, donde se utilizaba la provocación del vómito para poder seguir ingiriendo. Pero se concibe como un tema de la actualidad debido al reconocimiento que posee hoy en día.
Sin embargo, si se quisiera destacar el momento histórico en el que se comenzó a reconocer a los trastornos alimenticios como enfermedades, consideramos que es propicio datarse a no hace tantos años. En las décadas del 80/90, surgió la moda del tiro bajo. Esto provocó otra moda más peligrosa: la delgadez extrema. Se consideraban atractivos los cuerpos excesivamente flacos, similares a esqueletos. Y estas modas se vieron incentivadas por los medios de comunicación. Las artistas y las celebridades del momento acompañaban estos estereotipos, ignorando la gran influencia que poseían sobre millones de niñas. Las pasarelas se veían inundadas de modelos enfermas (porque realmente padecían una enfermedad), luciendo vestimentas que mostraran sus cuerpos escuálidos. Y esto produjo un aumento desproporcional de los trastornos alimenticios, por lo que de alguna forma se debía controlar. Existían medicaciones, centros de rehabilitación y otras “soluciones” (que claramente no buscaban resolver el problema de raíz), pero todo el tema era increíblemente tabú. No se hablaba en instituciones, ni siquiera fuera del núcleo familiar, no se publicaba en ningún medio, no poseía visibilidad de ningún tipo. Era un tópico prohibido, muy común, pero poco discutido. Con el avance de los años y de los estudios psicológicos, se fue reconociendo a los trastornos como enfermedades, que deben ser habladas y tratadas desde el inicio, mediante la educación, de forma que se los pueda evitar.
De todas formas, he aquí nuestra opinión. En el pasado, como ya hemos mencionado, era un tema controversial, casi una mala palabra. Parecía ser algo de que avergonzarse, como si esa flaqueza debiera lograrse de forma natural. Aún más, se creía que restringirse era lo necesario para verse “bien”, y que si luego se convertía en un problema, no se debía hablar de ello. Claramente, esto implicaba un conflicto, ya que era necesario que esta problemática salga a la luz y sea solucionada. Y salió a la luz, únicamente que no implicó la resolución del tema. Hoy en día, la anorexia, la bulimia, son tópicos hablados. Existen toneladas de información, de datos, de profesionales relacionados con los trastornos alimenticios. Sin embargo, nunca se pudo erradicar esta enfermedad, sino que no hizo más que crecer. Las modas que promueven la delgadez siguen existiendo, las famosas que fomentan estos estereotipos siguen siendo admiradas. Si es cierto que hubo un avance, pero nosotras consideramos que, de alguna forma, lo empeoró. Argentina es el segundo país con más trastornos alimenticios, siendo el primero Japón. ¿Por qué? En primer lugar, con la tecnología se ampliaron los medios de comunicación, por lo que existen más espacios donde incitar a estas conductas. Gracias a la globalización, las mujeres de hoy en día son bombardeadas con imágenes que glorifican esas figuras poco sanas. Pero, en segundo lugar, y lo que creemos que es el factor clave, es la normalización que hay presente. El tener un trastorno alimenticio ya no es un motivo de sorpresa, no es un caso aislado. Se volvió un tema tan discutido, que casi parece parte de un rito de iniciación en las niñas, como si marcara el paso a la adolescencia. Entre las jóvenes ya es algo común, que “debe” vivirse. Incluso, es más extraño el no padecerlo que el estar afectado. Según un estudio de la S.A.P. (Sociedad Argentina de Pediatras) 1 de cada 3 mujeres jóvenes sufren de atracones, bulimia o anorexia. Sí, es cierto que hubo avances médicos y sociales con respecto al tema, pero a su vez hubo un gran retroceso. Y no es necesario fijarse en estadísticas —si bien hay cientos de estudios que prueban esto—, basta con mirar a nuestro alrededor y prestar realmente atención, porque si lo hacemos, descubriremos que un alarmante porcentaje de quienes conocemos no son ajenos a estos trastornos. Es de carácter urgente encontrar la forma de frenar esta enfermedad grave, que pone en riesgo a todas las generaciones futuras y que empeora con el paso del tiempo. ¿Cuándo se buscará la forma de conseguir una solución a largo plazo acerca del tópico? No importa cuantos se progrese tecnológicamente, nunca servirá de nada mientras se sostenga un sistema que idealiza estas situaciones, que idolatra y pone en el foco a aquellas que lo padecen. Y aún más importante, es imprescindible entender que este es un tema que nos acontece a todos. No porque yo no me encuentre afectado, significa que no arruine la vida de millones de personas.
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